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MARIO HERNANDEZ: LA TERQUEDAD DEL UNICORNIO

Mario Hernández cumple 40 años de haber creado una reconocida empresa. Su secreto es no buscar ser el más grande, sino el mejor.

 

Lo primero que se ve en la portada del Manual de Marca de la firma Mario Hernández es el logotipo adoptado por su propietario y que consiste en las dos letras iniciales de su nombre, separadas por un animal mitológico: el unicornio. Luego, en la página que le sigue, se observa un párrafo escrito por él mismo y que también parece una fábula: “No quiero ser el más rico del cementerio… mi meta ha sido hacer las cosas bien hechas, no me gusta competir ni presumir de las cosas materiales que uno tiene. Al contrario, hay que mantener un perfil bajo, porque termina uno siendo esclavo de uno mismo, esclavo de las cosas. Y esa no es la vida”.

Con la tenacidad de un unicornio –ese ser fabuloso capaz de derrotar a animales más fuertes físicamente–, Mario Hernández ha aprendido a triunfar, haciendo bien las cosas, aun en contra de las adversidades. Esa es una característica reconocida, incluso a nivel mundial: en octubre del 2010, la multinacional Diageo, a través de su marca Johnnie Walker, lo eligió como el primer colombiano y uno de los primeros en América Latina para hacer parte de su campaña global Walk With Giants (Caminando con gigantes).


La iniciativa tenía como fin reunir a grandes personalidades mundiales que, con sus historias de progreso personal, lograron alcanzar importantes metas convirtiéndose en ejemplos de superación y modelos para seguir.

Mario Hernández se hizo gigante gracias al carácter de emprendedor que lo distinguió, incluso cuando esa palabra todavía no se usaba en el universo de los negocios. “A los diez años intercambiaba cuentos entre los pelaos del barrio”, dice. El trabajo no era, para un niño como él, ningún problema: ‘cajoneaba’ en la cigarrería que su padre había montado y seiba por la calle 26 a la carrera 13 para comprar pin- turas, espichar latas de cerveza con sus hermanos, y hacer carritos y ringletes para venderlos.

 

En 1968 conoció a una modista que hacía chaquetas de cuero. A ella le iba bien, pero tenía problemas de salud; Mario le propuso que le vendiera el negocio. Sin embargo, como no tenía plata, se lo fio. “Llamé a mi hermano para que trabajara allí. Yo no conocía el almacén, lo compre así, pero a los seis meses ya lo habíamos pagado y a los dos años teníamos ocho tiendas de Cuerolandia. Entonces, me enamoré del negocio”, asegura. No obstante, el producto que manufacturaba no le gustaba. “Cuando vi los locales, me dije: debo tener una fábrica para hacer lo que quiero”. Entonces, se enteró de que en Cali había una factoría que se llamaba Marroquinera, la cual compró a buen precio y la transladó a Bogotá, para convertirla en la marca que hoy lleva su nombre: Mario Hernández.

 

Ni él mismo podía saber que, mu- chas décadas después, a finales del 2012, su larga y productiva historia de emprendimiento, a través de la cual ha impactado positivamente a sus colaboradores y al sector manufacturero del país, haría a Hernández merecedor del título de Emprendedor del Año en Colombia Ernst & Young


Mario Hernández, se hizo gigante gracias al carácter de emprendedor que lo distinguió incluso cuando esa palabra todavía no se usaba en el universo de los negocios.

 

Apenas dos años antes ya había recibido el Premio Portafolio Esfuerzo Exportador, el cual destacó el empuje que tiene este hombre nacido en Capitanejo, Santander, porque su marca, MH, sea reconocida como la primera de lujo en Latinoamérica. Para ello, su fundador contrata los servicios de un diseñador italiano, procedente de una familia experta en cueros y curtiembres, que ha comprendido su gusto por ese material.


Un gusto tan profundo, que en el año 2007 lo animó a crear el premio Mario Hernández al Diseño, pensado para destacar la creatividad de estudiantes de Diseño, Arquitectura, Artes Plásticas, Música, Publicidad, Artes, Medios Audiovisuales y Medios Digitales de varias instituciones de educación superior o técnica de Colombia. Así, durante 12 años, más de 2.500 estudiantes han participado en tres categorías: Producto Universo Mario Hernández, Diseño Gráfico & Digital y Diseño de Interiores & Punto de Venta. El objetivo del galardón es apoyar el arte en cualquiera de sus manifestaciones, fomentar el pensamiento crítico, y reconocer la creatividad y la innovación, para hacer de Colombia un país más competitivo.

 

Desde entonces han sido reconocidos múltiples trabajos presentados por estudiantes de diferentes universidades como Javeriana, Nacional, Francisco José de Paula Santander, del Valle, la Jorge Tadeo Lozano, entre muchas otras. Los ganadores viajan becados a estudiar en una de las escuelas de diseño más prestigiosas de Europa, el Instituto Europeo di Design. Allí tienen la oportunidad de ganar experiencia, perfeccionar sus habilidades y despertar su talento, un factor clave para el desarrollo de un país y una sociedad.

 

“Hace unos años me di cuenta de que la única forma que tiene Colombia de competir no es a través del precio, sino de un producto diferenciado con innovación, diseño, calidad y mano de obra calificada; los suizos se posicionaron con sus relojes gracias a esto. Por ello es una obligación de nosotros, como empresarios, apoyar la capacitación de nuestros jóvenes”, sostiene Hernández.

 

Me fui por nueve años a Estados Unidos, pero regresé porque quiero mucho a Colombia. Tenemos un gran país, en el cual existen grandes oportunidades.

 

Hoy, 40 años después de aquel día de julio de 1978 cuando creó Marroquinera S. A., Mario Hernández comparte con Revista Portafolio su historia como empresario y la de una reconocida compañía que se ha convertido en una de las más importantes en el sector de accesorios de cuero, y la cual ahora busca posicionar como una marca de lujo en Latinoamérica.

 

Ha pasado usted por épocas duras, pero ha subsistido con la tenacidad de un unicornio…

 

Así ha sido desde que quedé huérfano. Antes yo decía: ‘Lástima que papá murió cuando yo tenía 10 años’. Ahora digo: ‘Siquiera mi papá murió cuando tenía 10 años’. Porque eso me obligó a salir, a tomar el tranvía, a defenderme solo. Vengo de abajo para arriba y me va mucho mejor que los que van de arriba para abajo, que sí les da duro. Para mí todo ha sido nuevo todos los días. Uno es como los pobres, que agradecen lo que tú les das. Como nunca he sido derrochador ni me ha gustado gastar más de lo que tengo, ni estar aparentando, para mí todo ha sido bueno. Lo que tengo me lo he ganado… también he perdido en muchas partes...

Es decir, nunca ha estado descorazonado…

 

Nunca. Yo siempre le doy pa’ lante. Si se presenta algún problema, lo analizo, y si hay que liquidar alguna cosa, se liquida y chao…

 

Son decisiones difíciles, como la que seguramente le tocó tomar con sus almacenes en Venezuela al cerrarse allí el mercado…

 

Pues, la verdad es que yo sigo en Venezuela. Tengo la mitad dela fábrica parada, pero me acomodé. Es como el sueldo de uno: si se gana menos, pues no se comen dos huevos, sino solo uno. Entonces, uno se acomoda y espera.

 

¿Qué estoy haciendo en Venezuela? Subsistir. Tenemos unos 16 locales y somos la marca líder, pero estamos llevando la mercancía deprecio más bajo para que la gente pueda comprarnos. Allí estamos. Sí eso se arregla, el negocio se nos dispara porque tenemos un nombre allá. 

 

La única forma que tiene Colombia de competir es a través de un producto diferenciado con innovación, diseño, calidad y mano de obra calificada.

 

¿Qué tan importante ha sido la internacionalización de Mario Hernández?

 

Me acuerdo de que en los años ochenta conocí a un norteamericano, Jaime Hisler, que montó la firma Lan y a quien llamé para que distribuyera mi mercancía. Me respondió: “Yo no vendo en Colombia”. Esa respuesta me quedó grabada e hizo que me dijera a mí mismo: pues primero voy a vender en el país, para pagar mis gastos, y luego ver si quedan excedentes para exportar. 

 

Pero es preciso mejorar la calidad. Estamos en un negocio en el que las materias primas son costosas, lo mismo que la mano de obra, que es exclusiva.¿A quién le llega el producto? Al que conoce y puede pagarlo.

 

¿Qué hice? Fortalecerlo. Me di cuenta, además, de que el país viene creciendo. En las ciudades intermedias se están haciendo cada vez más centros comerciales. Recuerdo que hace unos años me dieron una medalla en Capitanejo –qué ironía: primero me echan y después me condecoran–, y creí que las campesinas iban a llegar en ‘choca- tos’, pero no: lo hicieron en botas muy elegantes. Colombia está creciendo, pero no es un mercado maduro, como el europeo, sino aspiracional. 

 

Entonces pensé: atendámoslo bien. Adicionalmente, competir con grandes marcas no es fácil. Mi sueño es venderles a estas parte de la empresa, ya que tenemos fábrica, mano de obra especializada y buenas utilidades.

 

Además de Venezuela, ¿en dónde más hay problemas?

 

En este momento estoy cerrando México, después de 12 años. Allí tenemos un local. Es que los mexicanos son muy ‘marqueros’, y además los arriendos son muy costosos y valen como si uno comprara el espacio. Los dueños de estos espacios son las grandes cadenas de almacenes, y con esos precios ahogan al pequeño empresario. 

 

Entonces me cansé: me di el golpe, perdí plata y cerré. Pero estamos en Panamá, Costa Rica, Venezuela, y tenemos una franquicia en Rusia, de una mujer de ese país que se enamoró de la marca y puso allá un almacén. El mes pasado, los periodistas que cubrieron el Mundial visitaron el centro comercial más importante de Moscú y ¿qué encontraron?, una tienda de Mario Hernández.

 

¿Cómo soluciona entonces el problema de darse a conocer con tan pocos puntos de venta?

 

Pasa como lo que les sucede a ciertas grandes marcas europeas, como Gucci, que fue comprada por un fondo de inversión que hoy la distribuye en Asia. Es lo que están haciendo ahora: adquiriendo marcas, como, por ejemplo, lo que SabMiller hizo con Bavaria. Lo que toca es seguir haciendo las cosas bien: no ser los más grandes, pero sí los mejores.

 

¿Y a usted le han ofrecido comprarle la compañía?

 

Hace unos años, mucha gente vino y lo ofreció, pero a mí no me interesa. Hemos venido mejorando, y me gusta el negocio. Además, ¿qué hago yo desocupado en la casa? 

 

 

Yo siempre le doy pa’ lante. Si se presenta algún problema, lo analizo, y si hay que liquidar alguna cosa, se liquida y chao…

 

¿Qué se necesita para reinventarnos?

 

Es un tema de actitud y de ganas. Es como querer ser un buen chef sin estar al tanto del cocimiento delos platos, o, incluso, de ir a la plaza a ver qué salió de nuevo o qué está en cosecha.

 

Denos un motivo para ser optimistas…

 

Yo me fui a Estados Unidos en el año 2000. Me quedé nueve años, pero regresé porque quiero mucho a Colombia y hay que aportarle. Tenemos un gran país. Existen grandes oportunidades. Lo que hay que hacer es ver cómo nuestros políticos se pre-paran mejor. A veces, uno habla con un senador sobre globalización y se da cuenta de que no sabe nada.

 

Usted le mete mucho la ficha a opinar, participar, meterse en política…

 

Me parece que es una obligación. No aspiro a nada: ni a cargos ni a puestos, porque me quiebro. Tampoco sé hacerlo. Pero lo que sí creo que es una obligación para quienes nos va un poco mejor que a los demás es aportarles algo. Los gremios suelen ir a Casa de Nariño, en donde les dan un whisky y no dicen nada. Hay que opinar, respetando, claro.

 

¿Cómo se imagina a Colombia en 10 años?

 

Todo depende de lo que suceda en este gobierno. También de lo que pase con nuestros políticos: que entiendan cuál es su tarea. Veo, sin embargo, complicadas las cosas: hay mucha pobreza y es preciso enseñarles a las clases menos favorecidas a pescar y no a regalarles el pescado, que es el discurso de la izquierda. Además, hay que agradecerle a la gente que genera ingresos.

 

¿Cómo se imagina la compañía en 10 años?

 

Todo lo que estamos haciendo es para que perdure. Yo tengo 76 años y no sé hasta cuándo voy a vivir, pero vivo cada día como si fuera el último. Disfruto lo que hago, le aporto a mi país y a mi gente tratando de pagarle mejor. Si los comerciantes les pagamos mejor a los empleados, hay más consumo y, si hay mayor consumo, hay más impuestos, además de más trabajo.

 

Fuente: Portafolio.