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LA HISTORIA DEL PRIMER CENTRO COMERCIAL DE BOGOTá: PASAJE HERNáNDEZ

El Pasaje Hernández es considerado el primer centro comercial de Bogotá. La fecha de su inauguración es incierta. Algunos historiadores afirman que el pasaje fue mandado a construir en 1893 por Luis G. Rivas, quien fue uno de los célebres filántropos presentes en la ciudad de cambio de siglo. Otros fuentes  indican  que el pasaje Rivas fue ideado y diseñado por José María Rivas Groot, amigo cercano del arquitecto Gastón Lelarge, y su diseño fue inspirado para que los comerciantes de mercancías de lujo pudieran ofrecer sus productos.

El fastuoso pasaje Hernández, como se decía en la época estaba ubicado en el barrio La Catedral. Está situado en la manzana ubicada entre las carreras 8 y 9 y las calles 12 y 13, o como se identificaba antes, entre la carrera del Florián, hoy carrera 8 y la calle de San Andrés, calle 12, muy cerca de la parroquia de San Pablo, diagonal a la plaza de Bolívar. Su principal referencia era el convento de Santo Domingo, hoy el edificio Murillo Toro, sede del Ministerio de Tecnologías de la Información y Comunicaciones –Mintic-. A finales del siglo XIX Bogotá era una ciudad de poco más de 100.000 habitantes, pero quería verse como las grandes urbes de Europa.

 

Fue una edificación de dos pisos con 17 locales cada uno. En la planta de arriba se montaron oficinas de ingenieros, abogados y médicos y algunas sastrerías, mientras que en la primera planta se adecuaron cigarrerías, almacenes y zapaterías".

Con una moderna arquitectura de estilo francés republicano, esta pequeña construcción marcó el rumbo de varios cambios sociales de una ciudad que comenzaba a vivir los vientos del capitalismo para dejar lentamente el rasgo colonial y la influencia por la que atravesó la antigua Santa Fe de años atrás.

 

Recién inaugurado, el pasaje contaba con cigarrerías, ventas de licores importados y locales especializados en ventas de predios en la sabana. También las oficinas eran ocupadas por personas especializadas en el oficio de agentes de viajes, comerciantes y abogados. En la galería también se ubicaba a reconocidos sastres y las personas que recorrían el novedoso trayecto peatonal, tal como sucedía en la París de 1850, acudían a comprar elegantes prendas importadas de reconocidas marcas de la capital francesa, Milán o Londres, o mandaban a confeccionarlas, por ejemplo, en la legendaria sastrería de Andrés Luna, que aparece en la guía comercial de la ciudad de 1893, pionera en este tipo de comercio en Bogotá.

En la época el concepto de centro comercial estaba asociado a pasajes comerciales como se les conocía.  Eran  construcciones horizontales que conectaban dos vías con un gran corredor central que une los locales de lado y lado.  La construcción de pasajes, no solo el Hernández, sino también el pasaje Rivas, el pasaje colonial, Paul y pasaje Mercedes y Gómez, se convirtieron en galerías que transformaron las manzanas, otorgaron seguridad y ofrecieron espacios de paseo, lugares de encuentro y consumo, recreación y entretenimiento. 

 

Eso ayudó a transformar la ciudad y le dio un encanto europeo ya que dichos pasajes, se convirtieron en sitios de reuniones y epicentros de comercio de mercancías y servicios. Sin duda, el pasaje Hernández fue el que más destello tuvo por el sitio donde se levantó y las personalidades que lo visitaban, que acudían a realizar sus compras en telas y luego mandaban a confeccionar sus prendas, era el centro de la moda y el glamour”.

Una de las construcciones más emblemáticas de la época fue el edificio Hernández, construido en la parte occidental del pasaje Hernández, fue inaugurado en 1918 (23 de febrero).

 

“El edificio, con su elegancia, comodidad y lujo, fue un símbolo de la llegada del progreso a la ciudad, y fue el mejor complemento a la galería. De esta manera, la aparición de esta construcción no solo renovó el pasaje Hernández, sino que significó, por su arquitectura y el empuje comercial, un importante impacto de modernidad en la sociedad bogotana”, puntualiza el historiador.

 

Han quedado atrás esas aglomeraciones de comerciantes, incluidos turcos y libaneses, que con sus telas importadas de Europa y China, imponían la moda de la aristocracia bogotana cuando recién se construyó y se inauguró esta edificación a finales del siglo XIX. Su largo pasillo ha sido escenario de películas, tertulias filosóficas y el lugar donde la élite colombiana compraba las más finas ropas.

De los numerosos locales que comerciaban telas importadas ya no queda nada. Y los reconocidos sastres que hacían sus confecciones al gusto y medida del comprador tampoco hay vestigios. No hay duda que después de 130 años muchas cosas han cambiado en el país y en especial en la industria de centros comerciales.

 

Fuente: El Tiempo.