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CUANDO CARTAGENA DESCUBRIó LAS ESCALERAS ELéCTRICAS: LA HISTORIA DE MAGALI PARíS

El comercio en Cartagena no siempre fue lo que es hoy. Antes de que existieran los centros comerciales con escaleras eléctricas, fuentes de agua cristalina y zonas de juegos, la ciudad se movía con otras lógicas. La gente compraba en tiendas de barrio o en almacenes que, con esfuerzo, iban creciendo entre calles angostas.

Magali París nació en la calle del Candilejo, en el mismo sitio donde funcionaba la Droguería Bustamante. Poco a poco, fue expandiéndose hacia los locales vecinos, hasta convertirse en un almacén grande, con varias secciones, tres pisos y mucha vida. Era una empresa hecha en Cartagena, así como la Cola Román, con manos cartageneras y alma local.compraba en tiendas de barrio o en almacenes que, con esfuerzo, iban creciendo entre calles angostas.

 

Uno de esos lugares fue Magali París. Quienes lo recuerdan, dicen que fue el primer almacén en Cartagena que tuvo escaleras eléctricas. Para muchos, fue la primera vez que sintieron la curiosidad, y el vértigo, de subirse a una. Algunos dicen que su nombre surgió de una colonia francesa de alhucema que estaba de moda en esos años.

 

El proyecto nació por iniciativa de don Abraham Ibarra Samudio, quien se asoció con don Lácides Segovia de Lavalle y don Antonio de Lavalle Gastelbondo. Su actividad comenzó como droguería y miscelánea en un pequeño local en el centro amurallado, y en menos de tres años ya era un pasaje que comunicaba con el Portal de los Dulces.

La primera escalera eléctrica en llegar a Cartagena estuvo en la tienda Magali París de La Matuna, en los 90.

 

Cuando llegaron los 90, los almacenes se expandieron, convirtiéndose en tres nuevos superalmacenes. En 1993 restauraron “Villa Susana”, una hermosa mansión de arquitectura republicana del residencial barrio de Manga, convirtiéndola en un novedoso supermercado.

Guillermo Aguilar trabajó durante varios años en el desaparecido almacén Magali París, un lugar que muchos cartageneros recuerdan con nostalgia. En su memoria aún están vivas las jornadas laborales, las rutinas y las personas que conoció mientras formaba parte de lo que en su momento fue uno de los referentes comerciales más importantes de la ciudad.

 

“El horario empezaba muy temprano. A eso de las siete de la mañana ya estábamos en el almacén”, cuenta Guillermo. Las labores se repartían en dos jornadas: una primera parte en la mañana, que iba hasta el mediodía, y otra en la tarde, hasta las cinco o seis. Él trabajaba en el tercer piso, en el área de moda, conocida como “Moda 3”, dedicada exclusivamente a la ropa para hombres, mujeres, jóvenes y niños.

 

Su ingreso a Magali fue gracias a un contacto que su madre tenía en el área de recursos humanos. “Ella conocía a alguien y le entregó mi hoja de vida. Fue una palanca, como se decía antes”, relata sin rodeos.

Guillermo recuerda que, en aquellos años, Magali París era más que un almacén. “No existían centros comerciales como los de ahora. Ir a Magali era como ir hoy al Caribe Plaza o a La Castellana. Era un centro comercial en sí mismo”. Los precios, asegura, eran asequibles, y la variedad de productos lo convertía en un lugar muy concurrido. En el primer piso se vendían alimentos de todas las marcas y comestibles de calidad. En el segundo piso, ferretería y artículos varios. Y en el tercero, la ropa.

Compartió su espacio de trabajo con muchas mujeres. “Era raro ver hombres en esa sección. Yo era joven y era el único varón allí”, recuerda con una sonrisa. El ambiente era cercano, y aunque han pasado décadas, aún guarda rostros en la memoria. Hace unos años, por ejemplo, se reencontró con una antigua cajera en una tienda Olímpica. “No recuerdo su nombre, pero fue lindo volver a verla”, dice.

 

También recuerda a la señora Manola, una supervisora con la que volvió a cruzarse tiempo después, cuando su esposa, quien también trabajó en los carruajes del almacén, se desempeñaba allí.

 

Aunque Magali París ya no existe, para Guillermo y muchos cartageneros sigue vivo el recuerdo de un almacén que fue símbolo de una época y de un comercio distinto.

Hoy, cuando se anuncian proyectos como Kristal Malls y la ciudad parece entrar a otra etapa de consumo, vale la pena recordar que no siempre fue así. Magali París cerró sus puertas hace 26 años, pero sigue viva en la memoria de quienes la conocieron. No solo por lo que vendía, sino por lo que significó: una ventana al futuro en una ciudad que apenas comenzaba a imaginarlo.

 

Fuente: El Universal

 

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